La mujer en la literatura y la educación: una exclusión que perpetúa la desigualdad.
La mujer en la literatura y la educación: una exclusión que perpetúa la desigualdad.
La invisibilización de las mujeres en el ámbito literario y educativo no es solo un hecho histórico, sino una manifestación de la violencia simbólica que sigue perpetuando dinámicas patriarcales en nuestra educación y en nuestra sociedad.
La subordinación histórica de las mujeres, intrínsecamente ligada a la división sexual del trabajo, las relegó al ámbito privado y las excluyó de la producción cultural pública durante siglos. Y si bien el acceso de las mujeres a la educación y al mundo literario ha mejorado, las estructuras que originan su exclusión están lejos de desaparecer.
Ser estudiante de Literatura Comparada supone sumergirse en la riqueza cultural y textual de diversas épocas, idiomas y tradiciones. Sin embargo, para muchas mujeres en este ámbito, la experiencia está teñida de una frustrante invisibilización. En los planes de estudio, la voz femenina suele ser un apéndice marginal, relegada a un tema específico bajo el título de «feminismos» o representada por una única autora por cada cinco autores. Esta situación no es casual, sino el resultado de siglos de exclusión sistemática que persiste en el canon literario y en la forma en que se estructura nuestra educación.
El canon literario no es una lista inocente de «grandes obras» sino un constructo ideológico que ha perpetuado la visión patriarcal de la cultura. Como señala la crítica feminista, las decisiones sobre qué textos son considerados valiosos responden a los intereses de quienes históricamente han dominado las instituciones culturales y educativas. Esto explica por qué tantas autoras han sido ignoradas, e incluso, aquellas pocas que han conseguido instaurarse como parte del canon son interpretadas desde una óptica masculina distorsionando así su significado, mientras tanto, los textos masculinos han definido lo que entendemos como literatura. Este sesgo no sólo invisibiliza a las mujeres escritoras, sino que también refuerza un imaginario donde lo masculino es universal y lo femenino, secundario.
Para una alumna de esta disciplina, esta desigualdad no es solo una cuestión abstracta; es un problema que afecta su formación y su percepción del mundo. Cuando la mayoría de las asignaturas giran en torno a obras de autores y apenas se presta atención a las voces femeninas, el mensaje implícito es claro: las mujeres no han sido creadoras relevantes o, si lo han sido, sus aportes no son equiparables a los de sus colegas hombres. En las aulas, esto se traduce en la ausencia de referentes que permitan a las estudiantes imaginarse como protagonistas culturales y en debates incompletos, donde en lugar de integrar a las autoras en las discusiones generales sobre literatura, se les asignan espacios específicos, como si sus contribuciones sólo pudieran entenderse dentro del marco del género.
Observar esta realidad en el transcurso de la carrera significa enfrentarse constantemente a la contradicción de amar un campo que no la reconoce plenamente. Significa también preguntarse qué historias no contadas están quedando fuera de los planes de estudio y cómo eso limita nuestra comprensión de la literatura y de la humanidad.
Transformar el canon literario y nuestra forma de enseñar literatura no es un simple acto de reparación histórica, sino una revolución cultural necesaria. Porque la literatura no solo refleja lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser. Y no podemos aspirar a un mundo plenamente igualitario si seguimos ignorando las voces que han sido silenciadas durante siglos.
La solución, sin embargo, no llegará por sí sola, ni se limitará a simples reformas educativas. Transformar esta realidad requiere organización, acción colectiva y una voluntad firme de cambiar el modelo social. En el Frente de Estudiantes se encuentra la fuerza imprescindible para romper las barreras que perpetúan la desigualdad en la educación. Solo a través de la unidad y la lucha colectiva podremos forjar un sistema educativo que garantice la equidad.
En definitiva, la inclusión de las mujeres en el canon no debe ser vista como una concesión ni como un gesto simbólico, sino como una necesidad para construir una educación verdaderamente de calidad.
Al fin y al cabo, la literatura y la educación no son neutras; son espacios donde se negocian y perpetúan los valores sociales. Transformarlos es un acto de resistencia, un compromiso necesario para erradicar los prejuicios de género que aún moldean nuestra sociedad.
Por eso, es vital reconocer que este cambio no parte de la nada, sino de un legado de lucha. Caminamos sobre los hombros de quienes antes que nosotras alzaron su voz. Nos corresponde ahora retomar ese hilo y convertir las aulas en trincheras de resistencia, donde ninguna voz sea marginada y cada historia tenga su lugar. Porque el cambio no vendrá por concesiones; será fruto de la lucha organizada, del espíritu combativo y de la voluntad de quienes saben que un mundo y una nueva educación son posibles.