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La Reforma déspota en Unizar

Hasta hace unas pocas semanas, el alumnado de Filosofía y Letras no tenía facultad. Y no la tuvo durante cinco largos años, sin ninguna noticia sobre si volvería algún día a tener un espacio propio. Se rumoreaba que “las cosas de palacio van despacio”, que algún problema se dio en la obra o en el amueblamiento, que no habría una cafetería disponible en el nuevo edificio… Rumores que, entre indignados y atónitos, los alumnos compartíamos cuando nos cruzábamos en medio de un cambio de clase (o sea, cambio de edificio) para el que habíamos de atravesar el campus.

Pero empecemos por el principio. Ya en 2016, una sección universitaria del Frente de Estudiantes se concentraba en la puerta de una facultad que, literalmente, se caía a cachos. Un profesorado, entre irónico y agotado por el estado de las instalaciones, recomendaba al alumnado que acudiera con casco a clase. Con un movimiento estudiantil pujante e incapaz de ser silenciado, la dirección de Unizar accedió a la reforma del edificio.

A mediados de 2018 comienza una reforma que, vista en retrospectiva, se tradujo en cinco años de silencio sepulcral. Más allá de la página que recoge las licitaciones hechas por el rectorado de turno, la información de primera mano que el alumnado implicado recibió fue simplemente nula. En la sección pudimos investigar sobre una licitación para el amueblamiento, la cual retrasó la apertura debido a trabas burocráticas esperables en un procedimiento que, tristemente, la universidad optó por desarrollar con el beneficio de alguna empresa en mente.

Un lustro habitando espacios por los que aún se debía dar gracias de que no se derrumbasen sobre nuestras cabezas, aunque sus condiciones también son nefastas: pésima climatización, mobiliario incómodo y antiguo, no adaptados para alumnado de diversidad funcional… Aquí cabe hacer una mención especial al edificio “Interfacultades II”, un edificio prefabricado o “barracón” que, tras alrededor de treinta años (ya nadie recuerda la fecha exacta), sigue en uso.

A la par que el alumnado sufría las consecuencias de una nula política de transparencia por parte del rectorado, podía ver cómo en medios regionales la universidad junto con el entonces presidente de Aragón “sacaban pecho” de estar llevando a cabo una reforma puntera, contemporánea, energéticamente eficiente… Hasta tal punto se presumió de la reforma “de puertas afuera” que solo los alumnos de Filosofía y Letras eran conocedores de que todavía no tenían ese edificio a su disposición.

A una semana de empezar el segundo cuatrimestre recibimos un correo anunciado la apertura inminente del nuevo edificio para el uso de los estudiantes; así como a los profesores que recibieron a mitad del primer cuatrimestre una notificación para mudarse de vuelta a sus despachos originales.

Con esta primera y última notificación de la universidad se terminó un ciclo eterno. Se da ahora mismo una mezcla de sensaciones, entre ilusión por estrenar un edificio y profunda desconfianza hacia la gestión universitaria, la cual una vez más ha tornado empresarial en su lógica de “hacer lo máximo con lo mínimo” a costa del bienestar del usuario mayoritario.

Solo podemos esperar que el alumnado nunca olvide cómo se consiguió esta reforma, y cómo se pelean los intereses de alumnos y trabajadores de forma antagónica al sistema educativo actual.

Llamamos a la organización del estudiantado en el Frente de Estudiantes, como estructura que hace valer los derechos del estudiantado.

¡Es momento de responder!

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