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Opinión

¿Por qué la selectividad es una prueba injusta?

Podríamos hacer un paralelismo entre el paso de un estudiante por el sistema educativo y una carrera de fondo. Es un gran tema de discusión si debería o no ser así, pero para lo que venimos a contar, se trata de una metáfora útil y que se ajusta a la realidad actual de la educación: acaba bien y rápido tus estudios para tener un próspero futuro (los golpes de realidad los dejamos para más adelante). Pues bien, el sistema educativo sería esta especie de carrera en la que se van superando distintos obstáculos conforme pasa el tiempo; una carrera que debería de ser en igualdad para todos, y en la que todo el mundo tendría que tener el mismo material “deportivo” para irla superando.

La Selectividad es quizás uno de los mayores obstáculos en esta carrera. Quienes ya hemos pasado por ella y el curso que la precede no sólo sabemos lo duros que son tanto la prueba como el curso académico, sino que también conocemos -en nuestra piel o en la de nuestros compañeros- la ansiedad que llega a producir el temer por no poder entrar a la carrera que queremos o la presión continua entre exámenes y una cantidad de materia inabarcable (más de dos mil años de Historia para ocho meses de curso, por ejemplo).

Sin embargo, la selectividad no es igual para todo el mundo. La situación económica o familiar puede ser determinante en el desarrollo académico de un estudiante, y en el caso de las pruebas de acceso a la universidad, no es diferente. Para lograr obtener la nota máxima ha de ser abonado no solo el precio de la tasa, sino un plus por cada asignatura optativa de la que el estudiante quiera examinarse. También si necesitas apoyo extraescolar para preparar la selectividad será difícil pagar lo que vale un curso de preparación. Si tu familia tiene el dinero necesario para pagarse una universidad privada (9500€ por curso) la selectividad directamente no será un obstáculo. Este es sólo un ejemplo, pero nos encontramos con diversas realidades que se convierten en mayores dificultades -en lo concreto, pero de forma generalizada- para los estudiantes procedentes de familias con menos recursos: sin capacidad económica para recibir clases de apoyo, estudiando en centros cuyas condiciones -pese al titánico esfuerzo de nuestros docentes- suponen un elevadísimo grado de desigualdad, y un largo etcétera de elementos que implican que pese a que el examen sea igual para todos no todos nos enfrentamos a él con las mismas herramientas.

Cómo decía este posicionamiento, la selectividad opera, en la práctica, como un criterio de adaptación del número de estudiantes que acceden a la universidad a las plazas ofertadas; es decir, que lo que en realidad es una falta de plazas, una oferta educativa adecuada a las necesidades del mercado, se justifica por la vía de la nota de acceso. Es una criba que no solo tiene detrás la falta de financiación pública de las universidades españolas, sino también el carácter segregador de la propia prueba de acceso a estas. Es cierto que el criterio de selección se configura en base a la nota (vale la pena recordar que existe un alto grado de correlación entre el nivel de renta y los resultados académicos) pero cabría preguntarse si una alta nota en selectividad implica ser un buen estudiante universitario en una determinada carrera. Así, debemos plantearnos si el criterio existente permite a los hijos e hijas del pueblo trabajador acceder a los estudios universitarios en pleno ejercicio de su derecho a la educación. No sólo eso, pues la selectividad no es sino el principio de un modelo de universidad que prima la rapidez, la presión académica sobre quienes necesitan el aprobado para poder seguir estudiando y una profunda desigualdad (en recursos, oportunidades, etc) en detrimento de quienes vienen de familias trabajadoras.

En ese sentido, apostar por una educación al servicio de la mayoría del estudiantado implica un rechazo absoluto a la Selectividad. No podemos normalizar un sistema educativo segregador por definición, que produce ansiedad de forma sistemática a un elevadísimo porcentaje de estudiantes, que no garantiza la igualdad de oportunidades y que selecciona en vez de orientar. Tenemos, sin embargo, el deber de defender y construir un modelo educativo orientado a las necesidades mayoritarias, en el que estudiar una carrera sea sinónimo de aprender, conocer e investigar de forma plena, en igualdad de oportunidades y en el que ningún o ninguna estudiante se enfrente cribas por razón de su extracción social: en forma de nota de selectividad, tasa universitaria o cualquiera de los muchos obstáculos de aquella carrera de la que hablábamos al principio que radican en la negación del derecho a la educación a los hijos e hijas del pueblo trabajador.

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